Y
todo ello sin ser capaces de notar el grave error de ver la vida pasar pensando
en cuánto nos falta, cuánto nos queda, cuándo las “terribles” cicatrices del
tiempo, comúnmente llamadas arrugas, llegan para avergonzarnos de los minutos
vividos.
Pocos son los que saben apreciar la
belleza y sabiduría de un par de pliegues en la piel, de una buena charla con
quienes llevan ya varias décadas juntos.
Hay
tiempos maravillosos que nos inspiran a detener las agujas y quedarnos por
siempre en los más perfectos instantes de nuestras vidas. Hay otros tantos, que
de tan amargos, nos desatan las desesperadas ganas de saltearnos los días, los
años.
Por
suerte, en ambos tiempos, siempre hay una mano amiga para aferrarnos a ella,
para hacernos saber que nunca estamos solos, aún cuando esa mano nos sostiene
desde lejos.
Afortunadamente, a los momentos difíciles siempre les sigue una buena dosis de vueltas de reloj que ayuda a dejar de pensar. Limpia la conciencia y deja la tristeza con que la lluvia moja la tierra en otoño, para poder, al fin, resignarnos.
Afortunadamente, a los momentos difíciles siempre les sigue una buena dosis de vueltas de reloj que ayuda a dejar de pensar. Limpia la conciencia y deja la tristeza con que la lluvia moja la tierra en otoño, para poder, al fin, resignarnos.
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